Una dosis de humildad
Las reacciones ante las malas noticias que a veces me toca dar en el consultorio son muy variadas. Y no es que sea común tener que hablar de situaciones catastróficas como la muerte, pero la hipoacusia -o sordera-, sobre todo en bebés, casi siempre implica un duelo y suele ser un golpe duro y doloroso para mamás y papás.
En ocasiones las personas se enojan y salen huyendo con la idea de buscar una opinión de alquien que “sí sepa”; o bien, se quedan impávidos, en shock, sin saber qué decir, qué pensar, o cómo avanzar; a veces surgen bombardeos de preguntas para tratar de entender porqué, para qué y qué es lo que hay que hacer… pero hay otras veces que las personas entran en ataques de pánico, se les acelera la respiración, se llevan las manos al pecho y se sienten ahogar. Recuerdo con mucha claridad a una mamá que hizo eso… hasta le trajimos una coca cola para que el azuquitar le ayudara. Esa mamá entró en un ataque de pánico, y con toda la honestidad de la que soy capaz les digo, no logré ser la más empática… por su puesto que hice un juicio del tipo de “Ay, no manches, su hijo solo está sordo, pero va a estar bien, ¡va a poder escuchar!”
Pero la vida es impacable, señores, de eso no tengan duda.
La semana pasada me fui a esquiar en nieve por primera vez en mi vida. El primer día tomé clases pa´no romperme una pata, y luego de unas horas de instrucciones logré comerme la pista de principiantes, padrísimo, me sentía la más Juan Camaney del mundo, ahí andaba yo ancha y horonda sintiéndome súper pro y súper feliz. Al segundo día, ya un tanto envalentonada, decidí subirme a unas pistas más inclinadas donde el reto es mayor (aunque en honor a la verdad seguían siendo pistas de principiantes). Me subí a la silla que te transporta al pico de la montaña, desde donde empiezas a descender, y aunque el escenario era bellísimo lleno de montañas nevadas, un cielo azul divino, el aire con olor a pino, yo no podía dejar de pensar que la la ley de la gravedad también es implacable… si algo sube, debe de bajar… ¡y aquello estaba altísimísimo!
Empecé a sentir las tripas en la garganta, la saliva se puso seca, las piernas se me pusieron mas torpes que a Phoebe corriendo en Central Park, y me sentí paralizada, absolutamente incapaz… pero no había de otra. Ya estaba allá arriba y no había otra manera de bajar. Empecé a descender y todas las estrategias de frenado que había aprendido allá abajo no funcionaban acá arriba porque simplemente ¡la velocidad que tomaba era mucho mayor! Me asusté mucho, muchísimo. No era miedo, era PAVOR. No debieron pasar mas de 100 metros de pendiente cuando por fin azoté, los esquís se me cruzaron y yo pude tener control de nada. Me quedé sentada en la nieve chillando desconsolada, se me aceleró el corazón, empecé a hiperventilar, sentía opresión en el tórax y en el momento en que llevé mis manos al pecho lo entendí todo: era un ataque de ansiedad.
Se acercó mi novio (que sí es un verdadero esquiador chingón) un tanto muerto de risa y otro tanto preocupado por mi drama, y por más que me decía palabras bonitas que me ayudaran a tranquilizarme no lo logró. Yo seguía a la chille y chille y con la respiración a mil, sintiéndome tontísima, pero al mismo tiempo, super angustiada: ¿Cómo chingados iba yo a bajar de ahí?
Supongo que algo parecido debió haber sentido esa mamá de la que les hablaba hace rato, y entendí que los ataques de ansiedad suceden cuando algo te rebasa, cuando no sabes como vas a solucionar la problemática que tienes en frente. Pero todo se resuelve, todo, siempre. De una o de otra manera.
Yo de la nieve bajé hecha taquito en una camilla que jalaron como trineo un par de esquiadores profesionales que conocían perfecto el terreno y para quienes fue súper fácil ayudarme. Mi paciente sacó adelante a su chamaco sordo con ayuda de un grupo de profesionales que sí saben lo que se debe hacer, y para quienes rehabilitar niños sordos es cosa de todos los días.
Es como si la vida fuera una eterna cadena de favores. Yo soy una audióloga chingona pero no sé esquiar y tuve un ataque de ansiedad en las montañas. La persona que me rescató es una esquiadora fabulosa, una rescatista muy bien entrenada, pero seguro ha necesitado ayuda para otras cosas.
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